En el sarcófago del ocaso me mezclo con los hombres,
ebrio de sus palabras, de sus gestos, de sus olores.
Entre la gente me desbordo, pero sólo ven
a aquel que ya no soy.
Vivo alerta pues me vigilan como a un ladrón
que viene a quitarles sus sueños diminutos
a cambio de ideas extrañas.
Pero sólo quiero apurar el néctar
de mi propia existencia antes de dormir con los reyes.
Carezco de religión y de esperanzas de ultratumba,
pero me regocijo porque aún late mi corazón
y puedo hundirme en los brazos de las mujeres que amo.
¿Dónde están los que ya se fueron?
Los dioses han muerto: yo he renacido.
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